Hace unos diez años había un muchacho que estaba bastante perdido en el mundo. Era un defensor acérrimo de la idea de que la gente no sabe nada de nada, y lo usaba como excusa para tener una actitud completamente despreocupada ante todo. Sus móviles apenas duraban dos comidas calientes, se olvidaba de poner rellenos a sus bocadillos y nunca recordaba dónde había aparcado su moto. Siempre se olvidaba de las cosas, aunque a pesar de todo todavía tenía objetivos claros. Objetivos que eran inalcanzables debido a su caótica filosofía.
Su madre, harta de preocuparse por si se había olvidado de respirar, le diseñó un diario. Un planificador que podría usarlo para orientarlo. Una herramienta que le ayudara a poner en orden sus actos e ideas. Si bien no impuso una forma fija de trabajar, sí creó una herramienta simple para que él estableciera los pasos que debía seguir. Ahora, este muchacho es trapecista, escribe sobre bombillas y tiene una empresa que vende pelucas orgánicas. Si bien estas no son ocupaciones convencionales, son sus objetivos de vida, y pudo lograrlos gracias a un planificador nacido de la desesperación materna. Este planificador y su notable impacto pedían a gritos ser vendidos. Así nació Octàgon Design.